Publicado en El Norte
Por: Félix Fernández Christlieb
“¡Irán va a probar el chile nacional!”, gritábamos todos los mexicanos presentes en el Frankenstadion, el domingo, como si ése fuera nuestro grito de guerra mas común desde hace siglos.¿Cómo traducirle a la parejita alemana sentada a mi lado, que me preguntaba sobre el significado de ese “cántico gastronomicoalburero?. “Es una forma de cortesía para que los iraníes se sienten cómodamente”, les dije, saliendo del apuro.
Qué razón tiene Juan Villoro cuando asegura que si hubiera un Mundial de porras, México estaría en la Final. He sido uno de los privilegiados que ha podido ver a nuestra Selección en esta Copa del Mundo y he podido constatar que, como apuntó alguna vez Octavio Paz, nuestros festejos nos rebasan y nos salimos de nosotros mismos al festejar.
Los mexicanos celebramos el domingo en Nuremberg antes, durante y sobre todo después de la formidable victoria sobre Irán.
La ciudad se pintó de verde durante tres días, en los que una pequeña población medieval bávara, de 490 mil habitantes, en la que radican solo dos mexicanos, fue tomada pacífica y simpáticamente por asalto, en cada bar, en cada plaza, en cada tienda.
El primer aviso llegó en Frankfurt un par de días antes, cuando los Hooligans ingleses abarrotaron la plaza principal para beber y cantar por horas y horas; hasta que de pronto se escucho un sonoro: “¡Siquitibum, a la bim bom ba… México, México, ra, ra, ra!”.
Me acerqué y casi no podía creer que un puñado de no más de 15 mexicanos, inmersos en las filas inglesas, lograron tanta influencia espontánea que los cientos de temibles fanáticos, blanquísimos y tatuados, también aceptaban ser mexicanos por unos segundos.
México deja huella con su afición dentro de cada estadio mundialista, pero en esta Copa del Mundo tal parece que también dejará huella con la gente que se ha desplazado sin lograr el ingreso a los encuentros.
Miles de paisanos tuvieron que conformarse con beber cerveza y comer salchichas a un costado del estadio, mientras la Banda El Recodo les consolaba con su atractiva música en el sitio donde Hitler formaba a sus tropas, con un orden inversamente proporcional a lo que mostraban los mexicanos junto al inmenso March Field. ¿Tres mil, 5 mil o 10 mil sin boleto, que más da?Lo cierto es que ninguno de ellos, ni de los mas de 30 mil que sí logramos presenciar el encuentro, negamos la desinhibición por muchas horas… ni con el Himno Nacional, ni con el apoyo a Oswaldo, ni con los tres goles, ni con la “hermandad” que nos caracteriza en estos casos, ni con los abrazos desconocidos al término del encuentro.
En un partido de Copa del Mundo todos somos fanáticos al mismo nivel y nos mezclamos sin la menor discriminación. Personajes de la vida publica y deportiva van y vienen pasando la misma revisión como cualquier otro, sin privilegios. Todos ingresamos caminando y, si acaso, quienes contamos con un gafete podemos introducir una botellita de tequila, para acompañar a nuestra Selección en la tribuna y ser consecuentes con el lema del Mundial: “It’s time to make friends”.
“¡Irán ya probó, el chile nacional!”, era el cántico de regreso a bordo del tren que nos condujo a la plaza central, que esa noche se convirtió en el Zócalo capitalino. Cantar y brincar, cantar y brincar, hasta que me vi junto al “Matador” Luis Hernández, nuestro máximo anotador en Copas del Mundo, quien contribuyó esa noche a comprobar que ya estamos en la Final de porras de esta Copa del Mundo, sólo que debemos escoger uno de los otros 31 participantes para disputarla, porque Escocia, el otro finalista que Villoro propone, no vino a Alemania.